viernes, 6 de mayo de 2011

GUIDO PEREZ AREVALO.- Abogado, escritor y amante de la Historia



GUIDO PÉREZ ARÉVALO

Nació en La Playa de Belén, Norte de Santander. Estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Libre de Bogotá, donde le fue otorgado el título de abogado. Fijo su residencia en el municipio de Chinácota desde 1995 hasta el 20 de diciembre de 2009, cuando regresó a Cúcuta.

Fue Director Regional del ICETEX, Gerente de IFINORTE, Secretario de Agricultura y Secretario de Hacienda Departamental. En 1982 fue encargado, durante breve tiempo, de la Gobernación del N. de S. en tres ocasiones. Posteriormente fue contratado como Consultor de Naciones Unidas, adscrito a la AEROCIVIL en la ciudad de Bogotá.

En los años ochenta participó en la actividad política. Fue concejal de La Playa de Belén, Diputado a la Asamblea del Norte de Santander y Representante a la Cámara.

En 1990 se retiró de la actividad política y se dedicó a la cátedra universitaria. Fue Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Libre de Cúcuta y catedrático, durante varios años, de Régimen Político Departamental y Municipal. Ha sido catedrático y Coordinador de la Extensión y CREAD de la Universidad Francisco de Paula Santander en Chinácota.

Es Miembro de Número y director de Gaceta Histórica de la Academia de Historia de Norte de Santander, Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Ocaña, Miembro Correspondiente de la Academia de Historia del Estado Táchira, de la República Bolivariana de Venezuela. Fue cofundador y presidente del Centro de Historia de Chinácota; fue cofundador y es presidente del Centro de Historia de La Playa de Belén. Es Miembro de la Sociedad Bolivariana, Capítulo de San José de Cúcuta.

Ha publicado cuatro libros: "La Playa de Belén", "Barriletes", "Colegio San Luis Gonzaga Cien años de historia" y Temas de historia: el primero, es una monografía, el segundo, una recopilación de artículos publicados en periódicos y revistas; el tercero, la historia del Colegio San Luis Gonzaga de Chinácota; el cuarto, contiene nuevos aportes a la monografía de La Playa de Belén, una breve monografía del municipio de Hacarí y un epistolario eclesiástico de varias parroquias de la Provincia de Ocaña. Publica artículos, ocasionalmente, en el Diario "La Opinión" y en la Gaceta Histórica de la Academia de Historia del Norte de Santander. Tiene, para publicación en el año 2011, una monografía del municipio de Chinácota.

Es el creador y director de www.chinacota.com/ y www.laplayadebelen.org, páginas web que le permiten mostrar al mundo la cultura del maravilloso entorno del Norte de Santander. También creó las páginas de la Academia de Historia de Norte de Santander y del Centro de Historia de La Playa de Belén.






LEONELDA LA BRUJA LEGENDARIA
Por GUIDO PÉREZ ARÉVALO


"Leonelda no pasaba de 26 años, y su cuerpo era esbelto y su porte gentil, pese a su evidente condición campesina. En el bello rostro de color aceituno y de trazos casi perfectos, brillábanle con fuego misterioso unos grandes ojos negros...".

Nació, creció y seguramente deambula todavía en las afueras de Burgama, hoy González, un pequeño municipio colgado en las goteras de Ocaña, pero agregado a la geografía del Departamento del Cesar.

Leonelda compartió su adolescencia con María Antonia Mandona, María Pérez, María de Mora y María del Carmen, en un rancho escondido en mágico paraje de la cordillera. Allí, entre entre ruidos exóticos y aquelarres espantosos, las cuatro Marías y Leonelda, prepararon menjurjes maravillosos para devolver el amor perdido, quitar y poner el mal de ojo, y comprometer la voluntad de los despistados.

Su fama creció como la espuma y se fue con el viento por aquellas regiones ariscas hasta cuando la Iglesia puso el grito en el cielo y las autoridades se vieron obligadas a cazarlas como a conejos entre los breñales de los indios búrburas.

Las pruebas de su superchería aparecieron generosas en todos los rincones de su rancho, en forma de huesos y huevos de sapo, hierbas maléficas y toda suerte de talismanes.

Del monte bajaron aturdidas y magulladas por los bolillos furiosos de los gendarmes. En las polvorientas calles del pueblo, en lugar de conmiseración, recibieron ultrajes de los escandalizados feligreses y maldiciones de las viejas beatas, apostadas en todas las ventanas.

Finalmente, "con cepo, grillos, cadenas en los muslos y en las manos y soga en el pescuezo pararon en la cárcel de la aldea".

La sentencia no se demoró porque el temor de los terribles maleficios pudo más que la disposición que obligaba al Alcalde de Burgama a consultar su decisión con las autoridades virreinales de Santa Fe. Esa misma noche, la del 5 de septiembre de 1763, María Mandona, en su condición de hechicera mayor, fue colgada de un árbol para purgar sus pecados y los de sus compañeras de andanzas.

Muerta la Mandona, sus discípulas, movidas por el afán de la venganza, reanudaron las prácticas diabólicas y se convirtieron en el terror de la región.

Doce años habían corrido desde aquellos acontecimientos cuando Leonelda Hernández fue capturada para purgar una condena del Tribunal del Santo Oficio. Se le acusaba de persistir en la hechicería y de haber dado muerte a su marido Juan de la Trinidad.

Gozaba de fama de guerrera y alardeaba de poderes sobrenaturales, con los cuales tenía en vilo la vida de los lugareños, que no eran pocos, pues su magia había trascendido las fronteras de los búrburas.

Los hombres de la Santa Inquisición armaron el aparato del suplicio en El Alto del Hatillo, conocido ahora como Cerro de la Horca. Al despuntar el día, el verdugo rodeó con la soga el hermoso cuello de la bruja y se dispuso a correr el nudo mortal.

¡Aquí de los búrburas! gritó ella, con el último aliento.

Y éstos, que la habían seguido sigilosamente, aparecieron como por ensalmo. El jefe ocupó el espacio macabro reservado para el precioso cuerpo de la bruja legendaria y los demás captores fueron pasados a cuchillo.

Doscientos años más tarde, Leonelda regresó al paisaje comarcano. Su cuerpo aceituno, reencarnado en una preciosa dama de la sociedad ocañera, cumple su rito anual durante las fiestas de enero, bajo la mirada procelosa de Don Antón García de Bonilla.

Ahí va, en el Desfile de los Genitores, el ingenioso espectáculo del folclor de la Provincia de Ocaña, seguida por esclavos, romeros y amazonas, entre vítores y alegre algarabía, mientras crece el poder de sus encantos.

Ciro A. Osorio, autor de la leyenda terrígena que hace posible este ejercicio singular, la había preservado como símbolo de belleza hasta cuando los concejales, en una sesión de pesadilla, decidieron quebrar el ensueño y subieron al pedestal de la risa a una figura rechoncha y mulata que no corresponde a la evocación de la Leonelda sensual y tentadora.

¡Aquí de los búrburas! repetimos ahora los hijos de la Provincia, en una invocación que pretende desatar el conjuro de los párrafos y los incisos de un Acuerdo del Concejo Municipal.

Tomado del libro "Barriletes" de Guido Pérez Arévalo
(Se refiere a la escultura levantada en el Parque de San Agustín, de Ocaña).


LA BATALLA DE BOYACÁ Y LAS GUERRAS DE COLOMBIA

Por Guido Pérez Arévalo
Miembro de Número y de la Junta Directiva de la
Academia de Historia de Norte de Santander.
Intervención en la Sesión Solemne del 7 de agosto de 2004. Villa del Rosario, Casa del General Santander. Publicado en la Gaceta de La Academia.



Han pasado casi dos siglos desde la fecha memorable del 7 de agosto de 1819, cuando el Ejército Libertador derrotó al Ejército Expedicionario de la Reconquista Española, comandado por el coronel Barreiro en el puente de Boyacá.

Las tropas realistas estaban conformadas por 2670 combatientes, organizadas en fuerzas de infantería, caballería y artillería. El 19 de julio habían recibido treinta mil pesos, veintiséis mil cartuchos de fusil y cuatro mil piedras de chispa, para resolver las peticiones más urgentes presentadas por Barreiro, quien se quejaba de las dificultades del clima y la mala alimentación. Las armas, según sus palabras, debían descargarse regularmente porque las municiones se mojaban y era necesario estar preparado ante el enemigo.

Un informe, enviado por Barreiro al Virrey, registra seis batallones y un regimiento de caballería, que conformaban una fuerza de 2450 combatientes en las filas patriotas. "Esta gente -decía- es regular y tiene hoy disposición. El batallón de línea de Constantes de la Nueva Granada tendrá unos seiscientos hombres de fuerza, todos indios de las misiones del Casanare, miserables, y aunque algo instruidos son en extremo cobardes, por cuya razón no los exponen en las acciones según se ha experimentado. El batallón de los Bravos de Páez, con fuerza de unos trescientos hombres, es toda gente llanera de Apure de mediana instrucción y de regular valor. El batallón Barcelona es el mismo número de plazas y calidad de gente que el anteriormente nombrado. El batallón de los Rifles tendrá como doscientas cincuenta plazas, la mayor negros franceses de Santo Domingo. Es el cuerpo de más confianza que tienen, por su intrepidez y desenfreno. El batallón de los ingleses son doscientos hombres de fuerza, gente buena pero muy delicada en estos temperamentos y terreno agrio que les el marchar. El regimiento de caballería se denomina Guías y puede tener sobre cuatrocientos hombres, componiendo el total de las fuerzas enemigas el número de dos mil cuatrocientas cincuenta plazas, a corta diferencia. Los generales de estas tropas son Bolívar, Santander, Soublet, Donato Pérez y Anzoátegui, teniendo además porción de jefes subalternos. La tropa de infantería se halla armada con buen fusil inglés o francés con bayoneta y municionada a treinta y cuarenta cartuchos, teniendo en depósito de diez a doce cargas de fusiles y diez y seis de cartuchos; pero se me ha asegurado que la retaguardia tiene mayor número de municiones".

En otra ocasión, el comandante español había considerado que la m¡tad de la tropa era de indios muy flojos.

En los Informes del ejército realista encuentra el lector que los epítetos, utilizados contra los patriotas, son los mismos que se usan en todas las latitudes y en todos los tiempos contra los enemigos de la institucionalidad: rebeldes, insurgentes, guerrilleros, salteadores, flojos, cobardes, despreciables, miserables, indios, perturbadores de la paz.

Aquellos epítetos, sin embargo, no obedecían a una verdad Institucional, porque su rebeldía tenía como fundamento la libertad. Nuestros soldados defendían la riqueza nacional y la identidad cultural, como valores inalienables y no como botín para causar atrocidades.

Aquellos adalides de la libertad defendían con su sangre la autodeterminación de los pueblos y luchaban contra un enemigo común; de tal manera que su lucha no involucraba peligro para la sociedad que representaban sino para los enemigos de la libertad.

Bien diferente es la situación actual de Colombia, porque los enemigos de la paz violan los derechos fundamentales de todos los ciudadanos con el pretexto de acabar con la injusticia social.

Pero volvamos a la Batalla de Boyacá. Con el servicio de espionaje, Barreno había mejorado la percepción del peligro que corrían sus soldados, pero menospreciaba el valor del ejército patriota. Venezolanos, granadinos, criollos, algunos extranjeros, mestizos, mulatos e indígenas, componían los grupos de batalla. Mal vestidos, mal alimentados, los patriotas tenían, no obstante el peso de las tremendas dificultades, la seguridad de la victoria, por su arrojo y porque su corazón se hinchaba con la palabra libertad.

La caballería patriota le salió al paso a José María Barreiro en el momento en que su vanguardia se disponía a cruzar el puente. Los españoles pretendían llegar hasta Santa Fe de Bogotá para unir sus fuerzas con las del Virrey Sámano.

En el Boletín No. 4, del 8 de agosto de 1819, expedido por el Jefe del Estado Mayor, coronel Carlos Soublette, con el parte de victoria, se exalta la intrepidez de Anzoátegui, el acierto y la firmeza de Santander, el valor asombroso de los batallones, Bravo de Páez y Primero de Barcelona, y el Escuadrón del Llano."Nuestra pérdida -dice- ha consistido en 13 muertos y 52 heridos. Todo el Exército enemigo quedó en nuestro poder; fue pricionero el Gral Barreyro Comandante General del Exército de Nueva Granada, a quien tomó en el campo de batalla el soldado del primero del Rifles, Pedro Martínez; fue pricionero su segundo el Coronel Ximénez, casi todos los Comandantes y Mayores de los cuerpos, multitud de subalternos, y más de 1600 soldados; todo su armamento y municiones, Artillería, Caballería, etc. Apenas se han salvado 50 hombres, entre ellos algunos Xefes y Oficiales de Caballería, que huyeron antes de desidirse la acción".

El Libertador trató con dignidad a los prisioneros y les aseguró que podrían tener confianza en la justicia de los patriotas. Vinoni, reconocido por Bolívar por su importante papel en la traición de Puerto Cabello, fue colgado en el campo de batalla.

Dicen algunos autores que Sámano, disfrazado de Indio, huyó el 9 de agosto por el río Magdalena hacia la costa norte. Los altos oficiales españoles siguieron su ejemplo. Posteriormente, el coronel Barreiro y otros 37 prisioneros, de alta graduación, fueron pasados por las armas por orden del General Santander, quien estaba encargado del Poder Ejecutivo. Había entendido el Vicepresidente que debía asegurar de manera sólida y estable un territorio plagado de enemigos. Este episodio marcó profundamente su trayectoria militar y su ejercicio político. Hubo quienes lo censuraron. Otros, como Páez, lo celebraron. Desde el Cuartel General de Pamplona, el 26 de octubre de 1819, el Libertador escribió a Santander: "Nuestros enemigos no creerán a la verdad, o por lo menos supondrán artificiosamente que nuestra severidad no es un acto de forzosa justicia, sino una represalia o una venganza gratuita, pero sea lo que fuere, yo doy las gracias a V. E. por el celo y actividad con que ha procurado salvar la república con esta dolorosa medida".

El general Páez también escribió: "Cuando por primera vez llegó a mis oídos la noticia de la ejecución de Barreiro, mil veces bendije la mano que firmó la sentencia". Páez, como decimos coloquialmente, era un duro, un hombre recio; directo en la acción y firme en sus convicciones. El notable escritor venezolano, Arturo Uslar Pietri, en el epígrafe de su obra "Lanzas Coloradas" cita una frase del "león de Apure", que parece consecuente con su temperamento: "Destaqué al sargento Ramón Valero con ocho soldados..., conminando a todos ellos con la pena de ser pasados por las armas si no volvían a la formación con las lanzas teñidas en sangre enemiga... Volvían cubiertos de gloria y mostrando orgullosos las lanzas teñidas en la sangre de los enemigos de la patria".

A estas horas, aquellas facetas de la guerra, deben repasarse con la objetividad que reclama cada época. Barreiro no se había quedado atrás; en su informe al Virrey, desde Molinos, el 10 de julio de 1819, narra con entusiasmo la destrucción de dos columnas patriotas y la captura de varios oficiales, muertos por sus soldados en el momento en que llegaban a sus filas. "Todos -dice- querían participar en el destrozo de los rebeldes". Y agregaba que lo había consentido para calmar sus ímpetus y porque, según sus palabras, los soldados debían ensangrentarse.

La suerte de la Nueva Granada quedó sellada con la victoria en el Puente de Boyacá; pero no terminaron con ella las angustias de la patria.

Colombia es un país en guerra desde aquellos remotos días. En la "Moderna biografía del Libertador", de Mauro Torres, se dice que la Independencia se habría logrado con la cuarta parte de las 36 batallas y los 476 combates registrados. Pero, según Páez, Bolívar prodigaba la guerra.

El libertador sostenía que era el genio de la tempestad y que, según su médico, su alma necesitaba alimentarse de peligros para conservar el juicio. "Yo soy hijo de la guerra", dijo en 1821.

Eduardo Posada, en la obra "Memorias de un país en Guerra" contempla un calendario que identifica siete conflictos de gran alcance nacional: La guerra de los Supremos (1839-1842), las guerras de 1860, 1875, 1876, 1885, 1895 y la guerra de los Mil Días (1899-1902), a las cuales se suman unas 59 revoluciones locales.

El centralismo, el federalismo y el tema religioso fueron los ingredientes explosivos de las contiendas fratricidas, desde 1860 hasta la guerra de los Mil Días.

La Constitución de 1863, de corte federalista radical, promulgada por el general Tomás Cipriano de Mosquera, incidió en la alteración del orden público. A Mosquera se le recordará por su política anticlerical, por sus excesos en la autonomía de los estados y por las drásticas reformas sociales y económicas, factores que fomentaron las discordias y condujeron posteriormente a la revolución de 1876.

En 1886, Rafael Núñez, asesorado por Miguel Antonio Caro, adoptó el principio de la centralización política y descentralización administrativa, para sepultar el régimen federal. Algunos historiadores afirman que la nueva constitución estuvo saturada de espíritu autoritario; fue confesional, ultracentrista, avara en reconocimiento de libertades y predicadora de la omnipotencia presidencial. La Constitución del 86, no obstante sus innumerables enmiendas, conservó su esencia hasta 1991.

La reforma plebiscitaria de la Constitución en 1957 buscó la reconciliación de los colombianos, pero bloqueó la democracia con el reparto del poder político en los dos partidos tradicionales y desconoció a la minorías. Se alternó la dirección del gobierno, se distribuyeron los cargos públicos por partes iguales y se pusieron de acuerdo para obtener el manejo de las corporaciones públicas. Fue una reforma excluyente, que abonó el camino para el surgimiento de movimientos con ideología extrañas al sentimiento nacional. Se agregó, en aquel momento, la influencia de la revolución cubana y el entusiasmo por la luchas populares.

Algunos analistas de los problemas nacionales aseguran que en nuestro tiempo se libran tres guerras:

- La guerra por el desarrollo económico, que busca ganarle la batalla al desempleo;
- La querrá contra el tráfico de narcóticos, el más sensible de los problemas colombianos, porque alimenta el conflicto Interno, y
- La guerra por la paz

Agrego hoy, la guerra contra la corrupción.

Las razones para desencadenar un conflicto bélico pueden ser políticas, económicas, religiosas o sociales; pero, por muy justa que parezca la causa de la guerra, las consecuencias serán siempre dolorosas y devastadoras.

La paz, debe ser un compromiso, un derecho y un deber de todos los colombianos; pero en algunas ocasiones se vuelve un discurso manido y tedioso, utilizado para hacer protagonismo o para malgastar los recursos del Estado.

Hace pocos días los medios de comunicación se congregaron en torno a la política de seguridad democrática y encontraron una notable reducción en los secuestros, en las masacres, en los atentados contra la riqueza nacional, en los ataques a las poblaciones, en el cultivo de la coca. Las fuerzas militares, según los asistentes al evento han avanzado con eficacia en el combate al terrorismo.

Era una buena noticia, un balance esperanzador; pero en la página siguiente, del diario más Importante del país, que editorializó sobre el tema, el Vicepresidente de la República, declaró que las pérdidas por corrupción superan los 14 billones de pesos al año en Colombia.

Una Importante porción de los recursos del presupuesto nacional se queman en la hoguera de la guerra, mientras el estado social de derecho, que busca una determinada calidad de vida con fundamento en los factores de alimentación, salud, educación, vivienda y trabajo con salario digno, no sale de las páginas de nuestra Carta Fundamental.

Cada vez que oímos los informes del gobierno, como el del balance de la seguridad democrática, creemos descubrir en el horizonte un tímido rayo de luz que quiere despertar nuestra esperanza, sumida en un letargo de sueños perdidos. Pero, al mismo tiempo, somos estremecidos por la actitud de algún alto funcionario que enciende la mecha de la discordia en las altas tribunas de la patria, o por las investigaciones que descubren la complicidad de algunos servidores del Estado en los delitos que deben perseguir, o por la corrupción rampante que corroe todos los estamentos sociales.

Este inventario de angustias debe ser motivo de reflexión y de compromiso con la paz, que es responsabilidad de todos los colombianos. Es necesario construir el futuro de nuestros hijos sobre las cenizas de la violencia y sobre las bajas pasiones que han enlutado a la familia colombiana.

Los hechos contemporáneos, que mañana serán historia, deben convocarnos a buscar, dentro de los principios de la reconciliación y la justicia social, los instrumentos para combatir la intransigencia de los enemigos de las libertades públicas.

BIBLIOGRAFÍA:

- Friede, Juan. La Batalla de Boyacá a través de los archivos españoles. Biblioteca Virtual, Banco de la República.
- Ocampo López, Javier. "Agosto 7 de 1819. Adiós al Imperio". revista Semana, 23 de julio de 2004.
- Sánchez, Gonzalo y otro. Memoria de un país en guerra, Editorial Planeta 2001.
- Pérez Escobar, Jacobo. Derecho Constitucional Colombiano. Quinta edición, Librería Temis 1997.
- Restrepo, Juan Camilo. Artículo, revista Credencial.








"El año mil novecientos noventa y nueve y siete meses, del cielo caerá un gran rey del terror. Resucitará un gran rey de Angolmois, antes, después, Marte reinará con bien".

"...de acuerdo con el vidente, el fuego caerá desde las alturas; lo que puede referirse o bien a nuevos métodos bélicos mediante la aviación, o bien a un fuego celeste, parecido al que destruyó las ciudades de Sodoma y Gomorra"

MICHEL DE NOSTRADAME "NOSTRADAMUS"

Por Guido Pérez Arévalo

"Estando a veces durante toda una semana penetrado de la inspiración que llenaba de suave olor mis estudios nocturnos, he compuesto mediante largos cálculos, libros de profecías un poco oscuramente redactados, y que son vaticinios perpetuos desde hoy hasta el año 3797. Es posible que algunas personas muevan con escepticismo la cabeza en razón de la extensión de mis profecías sobre tan largo período, y sin embargo todas ellas se realizarán y se comprenderán inteligentemente en toda la tierra". (Carta escrita a su hijo César en 1542).

Michel de Nostradame (Nostradamus) nació en Saint-Rèmy, Francia en 1503, el jueves 14 de diciembre. Hijo del notario de su pueblo y nieto de sobresalientes personajes de las matemáticas y la medicina. Sus abuelos, Pedro Nostra-Dame y Juan de Saint-Rèmy, considerados como sabios en su tiempo, lo encaminaron en las letras, el latín, el griego y el hebreo, y le enseñaron matemáticas, astronomía y astrología.

Desarrolló con extraordinaria habilidad los oficios de boticario y perfumista. En 1546 inventó un menjurje compuesto de resina de ciprés, ámbar gris y zumo de pétalos de rosa para combatir una terrible epidemia, conocida como "carbón provenzal". Los enfermos se volvían negros y morían atormentados por insoportables dolores. El remedio alcanzó resultados milagrosos y Nostradamus saltó a la fama. Preparó filtros de amor, fórmulas maravillosas para todas las dolencias y fue recurso de última instancia para los atribulados de su época.

Catalina de Medicis, nieta del Papa Clemente VII y esposa de Enrique II, de Francia, curó su esterilidad con una curiosa mixtura preparada por Nostradamus y alegró sus días con 10 hermosos retoños. Los ingredientes de la pócima: orina de cordero, sangre de liebre, pata izquierda de comadreja sumergida en vinagre, cuerno de ciervo puverizado, estiércol de vaca y leche de burra, aparentemente no muy gratos al paladar, llenaron las aspiraciones de Catalina, cuyo marido flotaba en un nido de amantes.

En 1555, un impresor de Lyon sacó a luz pública "Las Centurias" de Nostradamus. Su fama voló, entonces, por todo el mundo: desde lejanos lugares de la tierra llegaron personajes a consultarlo o a exaltar su prodigiosa inteligencia. Salon-de-Crau, en Provenza donde se instaló a partir de 1547, se convirtió en lugar de peregrinación. Entre sus visitantes apareció el rey Carlos IX, hijo de Catalina de Medicis, quien solicitó sus servicios como médico de cabecera.

Sus predicciones, contenidas en cuartetas, fueron redactadas de manera enigmática. Su autor exige que "... se ponderen con madura reflexión... quede alejado el vulgo ignorante y profano: no se les acerquen todos los astrólogos, los imbéciles, los bárbaros. Y maldiga el cielo al que hiciera diversamente".

Un astrólogo había pronosticado la muerte en duelo de Enrique II, pero éste había despreciado la predicción. Posteriormente, los expertos encontraron en la edición de "Las Centurias" una cuarteta con la descripción dramática de la muerte de Enrique II. Se cumplió al pie de la letra, el 30 de junio de 1559. Paradógicamente Enrique II y su esposa lo habían recibido en París como a un héroe después de conocer "Las Centurias", sin percatarse de lo que allí se vaticinaba.

En alguna ocasión, ante la sorpresa de quienes lo observaban, se arrodilló ante un humilde fraile franciscano. Cuando se levantó aclaró que lo hacía ante Su Santidad. Aquel fraile era Félix Peretti, quien sería coronado en 1585 como el Papa Sixto V.

En sus 939 profecías, Nostradamus pretende resumir la historia de la humanidad, desde el año de 1542 hasta el año de 3797. Los pronósticos anuncian revoluciones, tragedias espantosas y afectan la vida de reyes y líderes del mundo.

La ciudad de París parece ser el centro de todas las calamidades: será devastada por guerras e incendios.

En la cuarteta 98 de la sexta Centuria se incia: "Instant grande flamme éparse sautera...".Los expertos traducen: "De improviso estallará una gran llama que se extenderá por doquiera". En la cuarta Centuria, cuarteta 82, aparece: "puis la grande flamme éteindre ne saura". Los expertos traducen: "Luego (París) no sabrá apagar la gran llama". J. Forman, en "Las Profecías de Nostradamus", comenta: "...de acuerdo con el vidente, el fuego caerá desde las alturas; lo que puede referirse o bien a nuevos métodos bélicos mediante la aviación, o bien a un fuego celeste, parecido al que destruyó las ciudades de Sodoma y Gomorra".

Pero... a ratos me pregunto si la ciudad de París de aquella época será la Nueva York de hoy.

En una de las cuartetas de la Centuria X encontramos: "El año mil novecientos noventa y nueve y siete meses, del cielo caerá un gran rey del terror. Resucitará un gran rey de Angolmois, antes, después, Marte reinará con bien".

J. Forman comenta en su libro: "Es decir que, calculando el año astrológico que empieza en marzo, en octubre de 1999 un rey terrible, un jefe asaltará París desde el cielo, asustando grandemente a la ciudad. Agrega el vidente, que este rey tendrá consigo un ejército que hablará un idioma extranjero, es decir, no latino, ejército que no solamente tendrá armas terribles, sino también renos. ...quien viva, verá...".

Como están las cosas, podría pensarse que las predicciones de Nostramus se están cumpliendo dos años después.

El vidente murió en Salon el 2 de julio de 1566. Tenía 62 años y había anunciado la fecha exacta de su partida.

Chinácota, 15 de septiembre de 2001

Bibliografía:

Grandes Biografías, Editorial Océano, 1996, Barcelona.
Grandes Enigmas, Editorial Océano, 1995, Barcelona.
La Profecías de Nostradamus, J. Forman, Editorial Solar.




FRANCISCO DE PAULA SANTANDER

ESTADISTA, GUERRERO Y ABANDERADO DE LA EDUCACIÓN


Intervención de Guido Pérez Arévalo en la Sesión Solemne de la Academia de Historia del Norte de Santander, el día 6 de mayo de 2001, en la Casa Natal del General Santander.Publicado en "Imágenes", suplemento literario de "La Opinión", 20 de mayo/2001.

La muerte llegó a los aposentos del general Francisco de Paula Santander, a las seis y treinta y dos minutos de la noche del miércoles seis de mayo, del año del Señor de 1840. Revestido con el hábito de San Francisco, fue velado hasta el 12 de mayo en el Convento de la Orden del santo de Asís. Cumplidas las honras fúnebres, el cadáver fue trasladado a la capilla del colegio de San Bartolomé. El 13 de mayo, sobre los hombros de los generales de la República, llegó a la Catedral Primada. Ese día fue inhumado con todos los honores.

Dice doña Pilar Moreno de Ángel, en su extensa biografía del prócer, que el “niño Francisco de Paula Santander había nacido en una casa de muros de tapia y teja de barro, que ostentaba un altillo en una esquina. Aquel feliz acontecimiento se registró el 2 de abril de 1792, en este entorno maravilloso. Don Leonardo Molina Lemus, en su obra “La Cuna de Santander” dice que esta casa, donde hoy nos reunimos, es el monumento reedificado después del terremoto de 1875.

Pero recordábamos la muerte del prócer. En su testamento, encuentra el lector la regia personalidad de su autor: perdona a sus enemigos, reitera su inocencia en los actos de la nefasta conspiración septembrina y le deja al Colegio de San Bartolomé el bastón, como símbolo de su paso por la primera magistratura de la nación. Consciente de su responsabilidad histórica, asigna una apreciable suma de dinero para recompensar a la persona que se encargue de arreglar sus papeles oficiales y particulares. Recomienda que, con fundamento en esos documentos, se escriba e imprima la historia de su vida pública y se recuerden sus servicios a la patria. Don Roberto Cortazar, en el primer volumen de Correspondencia dirigida al General Santander, sostiene que ese archivo “constituye un severo monumento y forma el pedestal de una figura que con el paso de los siglos será más apreciada por los amantes de la libertad, de la honradez y del orden de la sociedad”.

En el proceso histórico del fundador civil de la República, encontramos tres actitudes que corresponden a su inmensa responsabilidad con sus compatriotas. Surgen así: el hombre de la guerra, el estadista y el abanderado de la educación.

EL HOMBRE DE LA GUERRA

Encontramos a Santander en la causa de la independencia a los 18 años. Corre el año de 1810. Ingresa al Batallón de Guardias Nacionales con el grado de Alférez Abanderado. En agosto de 1818, cuando apenas cumple 26 años, brilla como general de brigada, y un año después el Libertador lo distingue con el grado de General de División. Hace parte, ahora, del Estado Mayor. Su carrera militar es intensa.

Participó con éxito en los combates de Santa Fe, Angostura de la Grita, Loma Pelada, San Faustino, Limoncito, Capacho, Cáqueza, Pamplona, Zulia, Chopo, Ocaña, Gámeza, Pantano de Vargas, Puente Boyacá, entre otros. La amarga derrota sufrida en la batalla del llano de Carrillo contra las fuerzas realistas comandadas por el capitán Lizón y el incidente con los soldados llaneros que exigieron la dirección de Páez debieron templar su espíritu. En dos batallas corrió su sangre por las honrosas heridas de la guerra: Santa Fe y Paya.

Un suceso excepcional, registrado después de la batalla de Boyacá, marcó de alguna manera la carrera política y militar del general Santander: Barreiro y otros 37 prisioneros, de alta graduación, fueron pasados por las armas por orden del Vicepresidente, encargado del poder ejecutivo. Había entendido Santander, que debía asegurar de manera sólida y estable un territorio plagado de enemigos.

Hubo quienes lo censuraron. Otros lo celebraron. En su informe al Libertador, el 17 de octubre de 1819, dice: “... yo no podía responder de la seguridad de esta provincia manteniendo dichos oficiales en actitud de obrar contra ella, y es en virtud del competente proceso que mandé formar y que he decretado la ejecución verificada a vista de un numeroso pueblo”.

El Libertador respondió desde el Cuartel General de Pamplona, el 26 de octubre de 1819. Dijo: “Nuestros enemigos no creerán a la verdad, o por lo menos supondrán artificiosamente que nuestra severidad no es un acto de forzosa justicia, sino una represalia o una venganza gratuita. Pero sea lo que fuere, yo doy las gracias a V. E. por el celo y actividad con que ha procurado salvar la república con esta dolorosa medida”.

El general Páez le escribió: “Cuando por primera vez llegó a mis oídos la noticia de la ejecución de Barreiro, mil veces bendije la mano que firmó la sentencia”.

Ese episodio tuvo un altísimo costo político para el Vicepresidente. Pero estaban en juego la seguridad pública y la estabilidad de la independencia. Por esas circunstancias, la historia deberá registrar ese acontecimiento dentro de las necesidades de la guerra.

SANTANDER ABANDERADO DE LA EDUCACIÓN

La educación fue un proyecto de primera magnitud en la gestión de Santander. La instrucción primaria quedó bajo la responsabilidad del Estado, de tal manera que estuviera al alcance de todos. Creó escuelas públicas en las aldeas y en los conventos. Las parroquias y pueblos con más de 30 vecinos tenían derecho a una escuela, costeada por los habitantes del lugar; ordenó la enseñanza de la lectura, la escritura, los principios de la aritmética y los dogmas de la religión y la moral cristiana. Exigió la instrucción en los deberes y derechos del hombre en sociedad. Pensando en la estabilidad de la independencia, creyó necesario instruir a los niños en materia militar. Así, en uno de los artículos del decreto expedido el 6 de octubre de 1820, se establece que ”los niños tendrán fusiles de palo y se les arreglará por compañías, nombrándose por el maestro los sargentos y cabos entre los que tuvieren mayor disposición. El maestro será el comandante”.

Acudió a los servicios del sacerdote franciscano Sebastián Mora para establecer el método lancasteriano, utilizado en Europa, que disponía que los estudiantes mayores debían transmitir sus conocimientos a los estudiantes menores. Fundó colegios y casas de estudios a lo largo y ancho del país, entre ellos la Casa de estudios de Ocaña y el seminario o Casa de Educación en Pamplona, la Escuela Náutica de Cartagena, el Colegio de San Simón de Ibagué. Algunos de esos establecimientos se convirtieron posteriormente en centros de educación superior como el Colegio de Antioquia, transformado en 1871 en la Universidad de Antioquia. En 1826, a través de una comisión, presidida por José Manuel Restrepo, reformó la educación. Se estableció en la ley de la reforma que “la enseñanza pública será gratuita, común y uniforme en toda Colombia”. Se preocupó, igualmente, por la cultura en general. Creó una Academia Nacional, integrada por miembros nombrados por el poder ejecutivo, escogidos dentro de los más prestantes voceros de las disciplinas intelectuales. Organizó, también, bibliotecas y museos.

Seguramente por el ejemplo de Santander, la legislación colombiana ha sido pródiga en programas de educación. Hemos avanzado, por obvias razones. El Estado, la sociedad y la familia comparten la responsabilidad de la educación; y se ha establecido que será obligatoria entre los cinco y los quince años de edad, de tal manera que su cobertura tenga como mínimo un año de preescolar y nueve de educación básica. El artículo 67 de la Constitución actual dice que la educación es un derecho de la persona y un servicio público que tiene una función social. Se dice, además, que la educación será gratuita en las instituciones del Estado. Sin embargo, los establecimientos de educación pública no disponen de los cupos requeridos por la población estudiantil y se establecen procesos selectivos que dejan por fuera a numerosos jóvenes que no tienen recursos para acudir a los establecimientos privados.

Los constituyentes del 91 incluyeron en nuestra Carta Magna la libertad de enseñanza, la autonomía universitaria, la libertad de conocimiento, la libertad de cátedra, la educación y la cultura en sus diversas manifestaciones como derechos fundamentales. Derechos que no surgen como un servicio de caridad porque son inherentes a la personalidad, a la condición del ser humano. La Constitución y la ley tienen la función de reconocerlos y garantizarlos.

Volvamos los ojos a Santander y preguntémonos qué estamos haciendo para continuar su ejemplo.

SANTANDER ESTADISTA

Recordemos para iniciar este tema, la carta del Libertador dirigida a Santander, fechada el 9 de febrero de 1825 en Lima: “Yo soy el hombre de las dificultades, usted el Hombre de las Leyes y Sucre el hombre de la guerra”. Frase lapidaria, que reconoce en el Fundador Civil de la República su verdadera dimensión de estadista.

Un día su espada victoriosa soportó el peso formidable del cuaderno donde estaba impresa la Constitución. En su mesa presidencial, aquella escena simbólica mostraba al civilista que entendía la importancia de la guerra y exaltaba la supremacía de la Constitución Política de Colombia. Ya lo había dicho en su proclama del 2 de diciembre de 1821: “Las armas os han dado la independencia; las leyes os darán la libertad”. En su discurso de aceptación de la Vicepresidencia había confirmado su espíritu civil: “... siendo la ley el origen de todo bien y mi obediencia el instrumento del más estricto cumplimiento, puede contar la nación con que el espíritu del congreso penetrará todo mi ser, y yo no viviré sino para hacerlo obrar”.

El Libertador estaba muy ocupado con la guerra contra España. Era fundamentalmente un guerrero. Mauro Torres en su “Moderna biografía de Simón Bolívar” recuerda una frase de Páez, el fogoso “León de Apure”: “Bolívar prodiga la guerra”. Y Torres aventura otra frase para darle la razón a Páez: “De las 36 batallas y los 470 combates que dio, con la cuarta parte habría sido suficiente para hacer la independencia”. Esta es una posición muy personal, que puede compartirse o no. Pero es cierto: Bolívar era un hombre sediento de gloria. De gloria que compartía íntegramente con su patria. Era, al fin y al cabo un genio, el genio de la guerra.

Pues bien. Santander entendió su misión y su responsabilidad con la patria. Cambió, entonces, el campo de batalla por el ejercicio de la administración pública y se dedicó a construir un estado de derecho para garantizar la libertad y el orden.

La formación jurídica recibida en los claustros del Colegio de San Bartolomé le permitía desenvolverse con facilidad en los asuntos del Estado. Era un hábil político y un experto en materia administrativa. Con estas herramientas logró tantos éxitos desde un escritorio como triunfos en la guerra, donde su espada refulgente construyó también la independencia.

Bolívar en la guerra, Santander en el gobierno. Bolívar trabajaba sin descanso por la independencia americana; recorría con sus soldados, palmo a palmo, los países que había jurado libertar. Era un nómada, dice Mauro Torres. Santander, por otra parte, desarrollaba sistemas avanzados de educación, estructuraba los servicios públicos, organizaba la victoria. Su herramienta era la ley, su proyecto: construir una nación dentro de los linderos del orden social.

Ante el óleo magnífico, que preside nuestras sesiones académicas solemnes, rindo tributo de ferviente admiración al Hombre de las Leyes, al Fundador Civil de la República, al Organizador de la Victoria, al patriota. Aquí está con su mirada penetrante, con su ademán galante, con su vestido metálico para enfrentar la embestida del tiempo. Aquí está, frente a la posteridad, que debe tener como alimento el curso de la historia.

GUIDO PÉREZ ARÉVALO
Villa del Rosario, 6 de mayo de 2001

Bibliografía:

ARCINIEGAS, Germán. Biblioteca Banco Popular, volumen 40, Bogotá, 1972.

ARISMENDI POSADA, Ignacio. Presidentes de Colombia 1810 - 1990, Editorial Planeta S.A., Bogotá, 1959.

CORTAZAR, Roberto. Correspondencia dirigida al General Santander, Volumen I, Editorial Voluntad, Bogotá, 1964.

HOENIGSBERG, Julio. Santander ante la historia, Litografía Dovel, Barranquilla, 1989.
MOLINA LEMUS. Leonardo. La cuna de Santander, Litografía Universidad Francisco de Paula Santander, Cúcuta, 1999.

MORENO DE ANGEL, Pilar. SANTANDER, Editorial Planeta, Bogotá, 1989.

TORRES, Mauro. Moderna biografía de Simón Bolívar, Lito Esfera Ltda, Bogotá, 1999.






Biófilo Panclasta
Amante de la vida y destructor de todo
Por Guido Pérez Arévalo

Vicente R. Lizcano nació a las cinco de la mañana, del domingo 26 de octubre de 1879, en el Municipio de Chinácota. Fue anarquista de profesión y, según se dice, huesped forzoso de 458 cárceles del mundo. En su vida de paria, alternó con terroristas tan célebres como Rabachol, autor del atentado que derrumbó el Palacio de Comunicaciones de París.

En su hoja de vida lo registran como "conductor del atentado al Zar Alejandro de Rusia; compañero durante largo tiempo de Lenín y del prícipe Kropotkine. Y terror de muchos gobiernos de Europa y América, a los cuales convulsionó con su acción y con su verbo..."

Conocido y, seguramente, amigo de Eduardo Santos, y de Eleázar López Contreras, futuro General y Presidente de Venezuela, con quien trabajó en una escuela de Capacho Nuevo, en 1899. En los albores de su anarquismo, se hizo llamar Panclasta (Pan: todo, Clasta: destructor).

Máximo Gorki, conocido escritor ruso e ideólogo revolucionario, de quien Lizcano fue huesped, para completar su nombre de guerra lo llamó Biófilo (Bíos: vida, Filo: amante, amigo de), cuando observó conmovido el solícito empeño de Panclasta por salvarle la vida a un marisco aprisionado bajo una piedra.

Con esos nombres estrafalarios y contradictorios -Biófilo Panclasta: Amante de la vida y destructor de todo- recorrió todos los continentes; y, por cuenta de su obsesión rebelde, encontró en cada puerto una cárcel y, en el mejor de los casos, una indicación perentoria para abandonar la tierra que pisaba.

De todos los lugares que visitó fue deportado, mientras en otros ni siquiera tuvo la oportunidad de desembarcar. Le ocurrió en Puerto Colombia, donde los soldados del general Reyes acudieron a las bayonetas para mantenerlo a bordo. De este acontecimiento sus biógrafos rescataron para la posteridad una de sus frases lapidarias: "De todos los países del mundo, el más hostil para mí, ha sido mi propia patria. Porque sí de todas partes me han echado y llevado a la cárcel, sólo en mi patria intentaron asesinarme por el hecho de pedir hospitalidad".

Convertido en personaje legendario, fatigado de sus propias guerras, "pálido y deshecho, más miserable que nunca" regresó a Bogotá y se echó en los brazos cariñosos de Julia Ruiz, una pitonisa octogenaria que había cambiado los hábitos y los claustros del convento de las Hermanas de la Caridad por un cuchitril acondicionado para ejercer los poderes de la adivinación.

Vivió hasta la muerte de Julia, entre muebles viejos, acompañado de un loro parlanchín, un gato, algunas sillas sin patas y una legión de espíritus.

Acosado por la soledad, regresó a Chinácota, su tierra natal; posteriormente viajó a Pamplona donde, de acuerdo con el texto de su partida de defunción, murió de cardialgia en el asilo de los ancianos desamparados el jueves primero de marzo de 1942.

Mucha tinta ha corrido sobre las aventuras de Biófilo Panclasta, pero esta apretada síntesis la he tomado a mano alzada de la extraordinaria disertación que el sábado pasado le oímos al médico Mario Mejia Díaz en su cabaña de Chinácota.

Profesores y estudiantes de la Universidad Francisco de Paula Santander encontraron en el apasionante tema de Panclasta un pretexto útil para buscar la resurrección del "Grupo Chinácota" a través de un nuevo ciclo de conferencias y, ojalá, con talleres del idioma.

En el recinto circular de Mario Mejía hicieron fama las tertulias literarias y todavía están frescas las huellas indelebles de Luis Carlos Galán, Alvaro Gómez Hurtado, Vásquez Carrizosa, Valencia Tovar, Alberto Dangond y Joaquín Vallejo Arbeláez, entre otros, congregados allí en momentos diferentes para ventilar los grandes problemas nacionales.

En estos días, mientras le bajábamos 3 centímetros a una añeja botella de Amaretto, que ha defendido de sus amigos como mastín furioso, el dueño de la Casa Redonda me ha dicho que ya tiene una lista de conferencistas y temas para varios meses. Y que no faltarán los virtuosos del violín ni los recitales de los bardos regionales.

Entiendo que la próxima conferencia, convocada para el mes de octubre, estará a cargo del neuro-cirujano Ramiro Calderón Tarazona, quien hablará sobre "Manipulación Genética (Clonación).


Publicado el 16 de septiembre de 1997 en el diario La Opinión - Tomado del libro "Barriletes", de Guido Pérez Arévalo







Mis versos son así...
Guido Pérez Arévalo

Esa mirada...

¿Qué quieres cuando buscas
miradas indiscretas
y vuelves a mis ojos
en cómplice actitud?

Esa mirada tuya
con esplendor de cielo
me tiene enajenado
pues pienso que es de amor.

Guido Pérez Arévalo

Nathalia Catalina

Eres el regalo nunca agradecido
al Vigía del Universo
que en su misión creadora
sopló en el polvo
y con divino esfuerzo
logró el milagro
por todos conocido.

Guido Pérez Arévalo

¿Poeta?

Fatigado con la poesía de imprenta
busqué en mi mundo los versos
cultivados por otros a raudales
en labranzas de la lira y el parnaso,
territorio hostil de mi horfandad.

Soñaba con versos de rancio linaje
que fueran rapados por los editores.
Nacieron sin casta, en hojas sin precio
y fueron el pasto de los insectos
aposentados en mis baúles viejos.

Guido Pérez Arévalo

Traición

Al cálido amor que ayer dejaste
consuelo prometí, desesperado.
Y ante Dios de hinojos he rogado
el olvido total de tu partida.

La vida me enseñó, señora mía,
que no hay amores prisioneros,
que las traiciones tienen su remedio
en el calor fugaz de otros encantos.

Guido Pérez Arévalo

¿Qué quieres que diga?

Qué quieres que diga,
después de la ausencia
de mi añejo pueblo;
si ya no están mis viejos,
si el amor con ellos
también se marchó.

Qué quieres que diga,
frente a tu ventana,
si ahora canta otro
las canciones viejas
que canté yo ayer.

Si en la misma esquina
se apostaron otros,
para hablar de amores
como yo, también.

Qué quieres que diga,
si la misma luna
me contó llorando
que te vieron contando
los luceros con él.

La iscalagüera

Mira, viene muy coloradita,
es ella, la chica de mi tierra,
ayer bajó como la flor bonita
desde lo más alto de la sierra.

Viene por mimos a la fiesta
que darán los galanes citadinos,
con danzas y música de orquesta
y sones de amores peregrinos.

Volverá a lo suyo conmovida
a buscar como antes su sustento
y a seguir la lucha por la vida.

Ella sabe que el feliz evento,
celebrado en fecha repetida
tendrá como ella otro momento.

Guido Pérez Arévalo

Los poetas

Los poetas, amos del candor,
hacedores de palabras,
señores del verso, andan por ahí
contando sus sueños,
gastando el recurso del tiempo
en tiendas de amor.

Invierten en feudos de caras nostalgias
y presumen de dueños del cielo y el mar.

Asoman licencias de idiomas del alma
y atracan en puertos de ninfas, de musas…
con buques fantasmas cargados de sueños.

Deben ser del mundo etéreo
si le cantan a la luna
y juegan con el sol de la mañana;
si tejen las redes con planetas rutilantes
y disponen de Dios como testigo.

Pretenden un mundo sin desgracias
sin Osamas, sin la soberbia de los yanquis
sin el dolor de nuestra patria amada.

Los poetas, alabado sea el Creador,
celebran la sonrisa de los niños
y el sí de la novia deseada,
con los colores delicados de la rosa
y la fuerza incontenible del amor.

Guido Pérez Arévalo

La Casa Mayor

Esta Casa de tapia pisada,
cubierta con tejas centenarias,
que lucen sus pátinas barrocas
con orgullo de damas colosales...

Esta Casa con zaguán de arriero,
y pesebreras entregadas al olvido,
con ecos de recuas remplazadas
por cuadrúpedos con ruedas...

Esta Casa, adornada con rosales
y bonches, con esmero cultivados,
con pisos de baldosas carcomidas
y techos de latas otoñales...

Esta Casa de sueños y nostalgias
de abolengos y recia estirpe ha sido
mas no de castas indignas de la raza
y de la sangre de Francisco y Juana.

Esta Casa con ecos de peones
y trajines de comercio primitivo
guarda los olores de cultivos olvidados
en solares que juegan con el ocio.

Esta Casa con fogón de leña
y cocina-comedor por todos añorada
sirvió de puerto alegre para arrieros
de machos negros y mulas coloradas

Esta Casa de largos corredores
tenía horno para pan casero
pilones de madera, molinos de mesa,
tiestos de barro, piezas con altares...

Y tinajas de espumosa chicha,
cubiertas con retazos blancos,
muy blancos de tules importados
que filtraban aromas celestiales.

Guido Pérez Arévalo


EL VIEJO

El mundo construyó
cuando todo sonreía
y el horizonte verdeaba
en estación de primavera

El tiempo, sin embargo,
como Dios, es infinito.
Y la vida, don divino,
como el sol, declina.

Guido Pérez Arévalo



Hacienda Iscalá, antigua residencia del general Ramón González Valencia, Presidente de la República durante el período comprendido entre el 7 de agosto de 1909 y el 7 de agosto de 1910. Sucedió al general Rafael Reyes, por abandono del gobierno.


Iscalá
Del libro inédito, Chinácota diversa y soñadora,
de Guido Pérez Arévalo


Envuelta en sus brumas, Iscalá muestra las cimas en uno de los lugares más hermosos de la Cordillera Oriental. En sus laderas soñaron los chitareros con un mundo verde, repleto de espigas que anunciaran el pan de cada día; pero se extinguieron, acosados por el hambre, las epidemias, los tributos y las presiones de los encomenderos. El eco de sus fiestas continúa en las notas de la quebrada cantarina que horada el valle y serpentea entre el paisaje.

Los chitareros dejaron poco para que se les recordara; las investigaciones arqueológicas apenas registran algunos fragmentos cerámicos prehispánicos, metates, hachas líticas y lomas terraceadas. Nada más.

El entorno maravilloso, en cambio, se conserva en el verde de sus pastos con los puntos rojos de la frambuesa silvestre; en la orquídea de figuras caprichosas, con sus colores mágicos; en las aguas transparentes y en las aves con plumajes exóticos. En el aire fresco, en las nubes pasajeras, en los árboles tutelares, en los sonidos del bosque y en los trinos de las aves.

Una mujer hermosa, como la princesa Ilabita, que alguien inventó, y un campesino recio, con herencia de cacique, enriquecen el paisaje. La montaña, siempre altiva, está cargada de sueños y de historia.

Los ritos de Iscalama, Chirama y Caipaquema irrumpen en el silencio de la noche y se convierten en eco de un chorro de aguas cristalinas.

El nopal, invasor de tierra extraña, ha parido una flor amarilla. Sobre la penca, unas letras anuncian el paso de dos enamorados. Allí quedó el mensaje, que nadie lo profane.

Un general hizo con sus manos una hacienda, que no fue cuartel para la guerra, cuando los tambores recorrían con sus ruidos de violencia todos los rincones de la patria amada; cuando los partidos jugaban a la democracia con la codicia de sus vientres insaciables.

Iscalá fue tierra generosa: los ganados se cebaban en las pausas de la guerra. Crecía el trigo y en pan se convertía. Dios mandaba la lluvia y el campesino agradecido se pegaba a su labranza para criar a los hijos que llenaron las páginas de los libros eclesiásticos y los apolillados archivos notariales.

La civilización ha modificado el entorno natural, pero no ha logrado arrancarle sus encantos. Un camino negro quebró sus lomos para que pasaran los cuadrúpedos modernos, con sus extremidades de caucho, estelas de gases tóxicos y ruidos contaminantes.

La casa de Santa Eduviges, ahora está al revés: siguió de cara al Camino Real que conducía a Toledo. Ese camino se pierde en la nostalgia mientras la hierba del potrero invade sus memorias. Perdió a sus arrieros, a peregrinos y turistas, y a los encargados del correo.


Las linternas de los guerrilleros pasaban con sus luces tristes por las fronteras del patio familiar. Formaban una fila sin fin, con sus espectros de miedo y de miseria.

Aquella casa, de patio con fronteras peligrosas, se quedó en el tiempo. Se paró en sus años; las comodidades modernas han entrado con alguna timidez. Allí están sus paredes de tapia pisada, pintadas de blanco y marrón; también las columnas de madera, los cuartos con techos muy altos. Y, muy cerca, los corrales, donde las vacas fueron terneras y los toros se turnaron en mil generaciones para procrear las crías que más tarde se convirtieron en presas para el peón hambriento o en filetes sobre manteles de tul.

En los rincones duermen los baúles que le ganaron la guerra a las termitas. Olores de naftalina remplazaron las fragancias naturales de los pañolones negros con bordes trenzados. Una cinta roja se ha vuelto una corbata para atar viejas cartas de amor o para sostener un fardo de fotografías, tomadas con enormes cámaras de madera y fuelle. Un cuaderno, con las hojas deterioradas por el tiempo y por el uso, registra la inauguración de una escuela rural o el primer rayo de la bombilla eléctrica, instalada en la esquina de la casa.

Doña Chepa, quien hacía parte del paisaje con sus dimes y diretes, abandonó su cuaderno de apuntes y se fue en busca de horizontes infinitos. Santa Eduviges sin ella no es la misma. Se levantaba con la aurora para despedir al marido que iba por la vaca horra. Regaba sus matas con la totuma de tomar café y recogía el pichón del tordillo que piaba impotente porque se cayó del nido.

En las tareas cotidianas, un puñado de maíz vuela por los aires, sobre una manifestación de gallinas que acosa a su dueña. El perro ladra porque llegó el lechero o porque una piedra del niño, que va para la escuela, zumbó sobre su testa.

En la cocina se oyen ruidos de vasijas de barro y un hilo de humo, con aromas celestiales, emerge desde el techo en busca de las nubes.

Iscalá es eterna, preciosa, como una joya virgen; altiva, singular, fresca, siempre verde…